Ya los profetas del patetismo debieron callar cuando se anticiparon a anunciar desastres en el Mundial de hace dos años . Y Brasil cumplió con éxito en ese magno evento.
Sí, el rumor de la calle y la sensación morbosa de que el estallido social de los inconformes puede devoranos a todos sigue allí, pero el deporte va a prevalecer como otras veces.
El deporte derrotó al “Septiembre Negro” en Múnich ’72 y rechazó la intentona de agresión en Atlanta ’96. Superó los boicots a Moscú y Los Ángeles y sigue erguido.
El deporte siempre gana porque es puente de hermandad entre los competidores y sinónimo de amistad entre los pueblos.
No será la olimpiada de la coqueta Río de Janeiro la gota que desborde el vaso de las angustias y el descontento social, sino el paliativo y la fuerza de sanación para mirar de manera constructiva el futuro de la gran nación amazónica.
Acaso la más grande lección la haya dado México, que en 1968 a pocos días de la inauguración de sus Juegos Olímpicos fue estremecida por la vergonzosa masacre de estudiantes en Tlatelolco, que dejó una estela de muerte, dolor, confusión y caos para México y el mundo entero.
Sin embargo, en 10 días, lo que faltaba desde la fecha de la tragedia hasta la ceremonia de inauguración del evento, México se puso de pie y realizó sus Juegos Olímpicos para cumplir con la historia y decirle a los irracionales que nada puede contra la fuerza inapelable del deporte.