Vive desde hace 40 años en una cueva

Cuando tiene hambre, sale a cazar con su escopeta o sus trampas o desciende a las montañas, que se encuentran a 1.100 metros de altura. Y realiza con frecuencia las tres horas de camino entre la selva donde vive y la ciudad más cercana para llegar a las pequeñas tiendas de San Pedro de Colalao, una población turística situada a 120 kilómetros de San Miguel de Tucumán (1.300 kilómetros al norte de Buenos Aires).

Su jornada comienza a las 3 de la mañana, cuando se despierta por el coro de gallinas tras dormir sobre una cama armada con capas de ropa usada y colchones protegidos por plástico. Apenas iluminado por velas, su día comienza cuando aviva la fogata de su cueva con la leña seca. «El fuego es mágico, siempre prende», relata a The Associated Press. En su cueva, todo gira alrededor del fuego que impregna de humo las ropas y deja una capa negra en el techo y las paredes de la caverna.

Se abastece de agua en un arroyo situado a 50 metros detrás de su caverna. «Es el agua más pura, la más rica de todas», asegura.

En San Miguel de Tucumán, Luca se ha convertido en todo un atractivo turístico, una leyenda.

«Nació huérfano: su madre murió al darlo a luz. Mi abuelo lo crio. Siempre quiso vivir solo. Nunca molestó a nadie. Hoy es una leyenda, la atracción principal para los turistas. Personas de todo el mundo suben a visitarlo y hasta los niños de la escuela organizan excursiones para verlo. Le llevan comida y comprueban: el mito existe», explica a The Associated Press Juan Carlos, sobrino de Pedro y residente en San Miguel de Tucumán.

Pedro Luca vivió en el poblado hasta los 14 años, hasta que un día, tras bajarse de un tren que recorría el norte argentino transportando carbón a Bolivia, desapareció. Sólo años después se supo de su nueva morada. «La violencia y el alcohol arruinan al hombre. Prefiero el campo», afirma Luca refiriéndose a aquella etapa. «Ahora mi familia son los ‘bichos»’.

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